Los chips están en casi todos los productos conectados. Tras el impulso de algunos sectores, como el coche eléctrico, la demanda de chips ha aumentado como la espuma. No obstante, los fabricantes no han podido encontrar la fórmula perfecta para satisfacer las necesidades de todos los interesados.

El desequilibrio entre la oferta y la demanda ha supuesto problemas importantes, especialmente en el mundo de la automoción: producciones paradas, aumento de precios y retrasos en el lanzamiento de nuevos productos son tan solo algunas de las consecuencias. ¿La peor parte? Según los expertos, este problema persistirá por, al menos, un año más.

Otro efecto colateral de la COVID-19

El problema de abastecimiento de chips encuentra su origen en el confinamiento decretado para reducir los contagios de la COVID-19. Con la actividad productora paralizada y las empresas cerradas, se estimuló la compra masiva de productos electrónicos -portátiles, tabletas y videoconsolas- para el teletrabajo o como simple medio de entretenimiento.

Esta parece ser la principal causa detrás de la escasez de chips, aunque existen otros sucesos que han agravado la situación: restricciones que limitan la actividad industrial en Taiwán por la escasez de agua, el incendio en una fábrica de chips en Japón y la producción interrumpida de semiconductores tras la ola de frío en Texas.

El sector de la automoción, el más perjudicado

escasez de chips en la automoción

En general, la escasez de chips está afectando gran parte de la industria. Sin embargo, el sector de la automoción ha sido el más perjudicado. Cuando comenzó la pandemia, la demanda de coches cayó en seco y el sector no tuvo más remedio que dejar de comprar chips. La industria tecnológica se benefició de esta paralización porque le permitió satisfacer su propia demanda (que tuvo un incremento sin precedentes).

Con el tiempo, las empresas dedicadas a la fabricación de vehículos se reincorporaron al trabajo, pero lamentablemente encontraron un panorama desalentador. Los fabricantes de chips habían redirigido sus ventas al sector de la telefonía móvil; una industria que utiliza artículos de última generación (más costosos que la media).

Como era de esperarse, las empresas prefirieron dedicarse a la producción de unidades más rentables. A pesar de que la industria automovilística ha comenzado a recuperarse, fabricantes como Renault, Toyota, General Motors o SEAT se han visto obligados a frenar o reducir temporalmente la producción de coches por la escasez de componentes.

En Valencia, por ejemplo, la fabricación de furgonetas Ford está paralizada, mientras que los trabajadores de Opel en Figueruelas se enfrentan a un ERTE. Sin chips, el tren de trabajo se reduce de forma automática. Si bien el futuro es incierto, se prevé que los fabricantes de coches tendrán que lidiar con este problema durante algún tiempo.

El sector de la automoción no ha sido el único afectado. Otras marcas, como Apple y Samsung, se han convertido en víctimas de la escasez. De hecho, los famosos gigantes tecnológicos retrasaron la presentación y lanzamiento de algunos de sus productos en espera de materia prima.

Una tecnología revolucionaria necesita más y más chips

Un vehículo corriente necesita unos 1400 chips; una cantidad que aumenta cada vez que hay novedades en la industria. Nos referimos a los vehículos eléctricos y coches autónomos. Es por ello que la escasez de semiconductores se ha convertido en un problema grave que se debe abordar cuanto antes.

Dada la crisis y en un intento por satisfacer la demanda, otras potencias, como Estados Unidos, se han unido a Asia, el principal fabricante de chips del planeta. Desafortunadamente, la creciente pandemia y los conflictos comerciales entre EE. UU. y China no han hecho más que afectar la resolución del problema.