Todos guardamos memorias de nuestro primer coche, ¿a que sí? Recuerdo que el mío era un diablo; y no porque fuese un Lamborghini -ni muchísimo menos-, sino por su espíritu de rallies, por su llamativo color rojo… y porque no tenía aire acondicionado. Entrar en aquella lata de sardinas a las cuatro de la tarde en pleno agosto sevillano era como sentarte en tu propio pedacito de infierno. Desde entonces, decidí que mi próximo coche daría aire fresquito sí o sí, pero entonces surgió la gran duda: ¿aire acondicionado o climatizador? ¿y qué diferencia hay entre uno y otro?
En cualquier caso, y por fortuna, prácticamente todos los coches nuevos que podéis encontrar en coches.net, la mayoría de automóviles de segunda mano e incluso algunos coches "sin carnet" cuentan con algún sistema de refrigeración más allá del clásico 2VA ("dos ventanillas abiertas", vaya). El esquema es, en esencia, igual para todos ellos: el motor del vehículo impulsa un compresor que hace pasar el gas refrigerante por un circuito cerrado cuyos componentes fundamentales son la válvula de expansión, el evaporador y el condensador. Los dos últimos actúan como intercambiadores de calor y permiten generar esa brisa fresca que nos ayudará a limitar los sudores veraniegos.
¿Sencillo y barato, o sofisticado y caro?
Como la base del sistema de refrigeración es la misma, las principales diferencias se hallan en las tecnologías que lo rodean; y más concretamente, en cómo el usuario interactúa con él. Así, la solución más simple y económica es el “aire acondicionado” de toda la vida. Su manejo es sota, caballo y rey: cuenta con un botón de encendido y apagado, un mando para mezclar el aire frío del sistema con el caliente del motor, y otro para dirigir el caudal de aire (ya sea a la cabeza, los pies, el parabrisas delantero y alguna que otra combinación). Por tanto, corresponde al conductor o acompañante manejar cada control de forma manual a medida que cambie la temperatura del vehículo o nuestra sensación térmica.
Con objeto de solucionar dichas carencias, en los últimos años se ha ido extendiendo -desde el automóvil de lujo hasta el más mundano- el concepto de “climatizador”, en el que basta con elegir la temperatura deseada y dejar que la electrónica del vehículo se ocupe de alcanzarla y mantenerla. Para ello, el sistema de refrigeración precisa añadir sensores de temperatura interior y exterior, además de los necesarios mecanismos de regulación automática (que incluyen el apagado y encendido del compresor según proceda).
Se trata, por tanto, de una solución mucho más sofisticada, cómoda y… costosa. Más todavía si, como es posible en un creciente número de vehículos, optamos por un climatizador bizona (con ajuste de temperatura y flujos de aire para el acompañante), trizona (con salidas de aireación y controles para la fila de asientos posterior) o de cuatro zonas (con regulación independiente para cada uno de los asientos traseros).
Al contar con regulación electrónica, los climatizadores ya no tienen por qué presentarnos las vetustas “ruletas” con palanca central. Dependiendo del fabricante y el modelo, podremos variar la temperatura y el flujo de aire a través de conjuntos de botones, controles táctiles deslizantes o circulares, o directamente a través de la pantalla del sistema de infoentretenimiento -un alternativa que se ha puesto muy de moda y que, desde mi punto de vista, es la más insegura de manejar mientras conducimos ya que obliga a apartar la mirada de la carretera-.
Suscríbete a la newsletter
Si quieres estar al día de nuestras noticias, tienes que tener una cuenta en coches.net.
¿Y qué pasa con los coches eléctricos?
Hasta ahora hemos hablado sobre cómo refrigerar el habitáculo, ya que en los coches diésel y de gasolina siempre ha sido fácil obtener aire caliente aprovechando la elevada temperatura de funcionamiento del motor. Pero en los eléctricos la cosa es bien distinta ya que, al no contar con un propulsor térmico, se hace necesario recurrir a soluciones añadidas para calentar el interior del vehículo.
De nuevo, nos encontramos dos. La primera es emplear un sistema de resistencias y trasladar al habitáculo el calor generado a través del sistema de ventilación; un método sencillo que, a cambio, conlleva un elevado consumo energético. La principal alternativa, más compleja y sin embargo mucho más recomendable, es implementar una bomba de calor, cuyo concepto -expresado en el lenguaje menos técnico que se me ocurre- viene a ser algo así como la aplicación inversa del circuito de refrigeración de un aire acondicionado, empleando los mismos componentes. Así, el sistema se ocupa de capturar el calor generado por los distintos componentes eléctricos del vehículo (baterías, motores, cargadores e inversores), hacerlo pasar por su circuito líquido para generar una mayor energía térmica y, finalmente, elevar la temperatura del habitáculo.
Con todo ello, la bomba de calor es doblemente beneficiosa; ya que, además de lograr una mayor eficiencia energética, su circuito también se encarga de mantener la temperatura de la batería en su nivel óptimo, garantizando así la máxima longevidad. Buena noticia para quienes ya sabéia que ese es, precisamente, el componente más costoso de un coche eléctrico.
En definitiva: sea cual sea vuestro próximo coche -y da igual que sea el primero-, no hagáis como yo; compraos uno el que no os achicharréis en verano. Será fácil encontrarlo en coches.net, porque en coches.net tenemos la mayor oferta de coches.