El complejo arte de pintar el aire
El protagonista que os traemos hoy es un prestigioso pintor madrileño, apasionado por el automóvil y cuya gran obsesión es contar historias inmortalizando la realidad con un nivel de detalle difícil de imaginar. La gran técnica y el impecable oficio pictórico de César Galicia, labrados a caballo entre Madrid y Nueva York, se aprecian en todas y cada una de sus obras. Entre ellas destacan paisajes urbanos e impactantes bodegones que, muy a menudo, integran bellas miniaturas de automóviles, demostrando así su gran pasión por el mundo del motor. Además de en España y Estados Unidos, este artista ha expuesto en lugares tan variados como Alemania, México, Japón, Singapur, Hong Kong y Emiratos Árabes.
Galicia nos explica que fue consciente de que la pintura era lo suyo desde niño pero, por tradición familiar universitaria, comenzó a estudiar Derecho. No obstante, de forma simultánea, y casi a escondidas, se preparaba para entrar en la escuela de Bellas Artes de San Fernando. Cuando ingresó en ella, abandonó Derecho para dedicarse en cuerpo y alma a su verdadera vocación, el arte. Al principio, esto provocó una cierta decepción en su padre aunque curiosamente, con el tiempo, se ha convertido en el mayor admirador de sus pinturas.
Cruzando el charco
De formación clásica, el pintor madrileño consideró en un momento determinado de su vida que para seguir avanzando debía marcharse al extranjero, y así dirigió sus pasos hacia Estados Unidos, en 1983. Allí, asegura, es donde empezó su verdadera carrera artística profesional. En aquel año fue contratado por la galería Staempfli de Nueva York, que tenía una gran tradición relacionada con grandes pintores figurativos españoles y latinoamericanos. Si bien es consciente de que su obra se enmarca en el Hiperrealismo, asegura que “conceptualmente, los ismos no me gustan, ya que te encasillan, es una terminación que procuro sacar de mi vocabulario”.
El artista madrileño considera la base de su éxito inicial en Estados Unidos en “lo chocante de mezclar el oficio pictórico, la tradición y la escuela española con el hecho de pintar iconografía y temas americanos, y todo ello viviendo en aquel país y plasmando la luz de Nueva York en los cuadros”. El periodo de César Galicia en Norteamérica fue largo, pues vivió y trabajó allí durante casi dos décadas, hasta 2001, año en que decidió volver a Madrid.
Cuando le preguntamos sobre el proceso que le lleva a pintar un cuadro, nos comenta que “la idea para pintarlo me aparece de forma instantánea, en un segundo, lo dramático es que desde ese momento en que tengo la idea y que he visto en mi mente cómo va a quedar hasta que termino de pintar la obra pasa una cantidad de meses enorme”. De media, entre seis meses y un año es el tiempo que acostumbra a necesitar para completar una obra, aunque en algún caso ha llegado a trabajar en un cuadro nada menos que once años.
Transmitir emociones
“Desde que comencé, siempre me dediqué a la pintura figurativa, muy construida, y ni lo mágico ni lo poético me interesan para nada en mi obra. Mi oficio incluye fijarme en las cosas e identificarme con ellas para después pintarlas”, comenta. Galicia afirma que su intención cuando trabaja en un cuadro es que la persona que lo mire sientas unas emociones parecidas a las que ha sentido él mismo en el momento de la elección y la ejecución de la obra. Y que ello le haga disfrutar.
Para el proceso pictórico de sus obras emplea una técnica mixta. Comienza por una capa de gesso pulida, que a veces arma con algún árido. Entonces la pule a brillo espejo, fabricando así una superficie perfecta para empezar a pigmentar. Después de esa parte, que él define casi como un trabajo de albañilería, comienza la fase arquitectónica de la obra, en la que intervienen materiales muy diferentes. En esta etapa se pueden llegar a quemar, romper o añadir materiales que, a pesar de que luego no se van a ver en el cuadro, permanecen debajo. “Entonces ya entra el dibujo, con el que trato de plasmar la realidad no transfigurada pintando el aire”, comenta.
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Esta expresión, “pintar el aire”, a priori tan difícil de comprender, la explica César Galicia al hablar de las dos distancias que existen en un cuadro. La primera es la del espectador hasta el plano del cuadro y la segunda va desde el plano del cuadro al objeto pintado. “Cuando consigues que esas dos distancias se conviertan solo en una y haces desaparecer el plano del cuadro puedes decir que has pintado el aire”, comenta. Esto es algo fácil de entender teniendo delante uno de sus cuadros, pues van más allá de ser reproducciones de objetos en un cuadro para parecer en ocasiones incluso más reales que los propios objetos originales.
Afán por las cuatro ruedas
La pintura no es la única de las pasiones del artista español, pues su afición por los automóviles, que le viene de su padre, es realmente profunda. Sus primeros recuerdos de este mundo le transportan a su infancia, cuando “mi padre estaba siempre desmontando sus coches ingleses, de los que en aquella época él era un apasionado. Eran coches pesados, rígidos, con motores de fundición y mi padre, que corría rallies, siempre estaba preparándolos o arreglándolos”. Desde pequeño, César Galicia le recuerda con latas de aceite recortadas donde limpiaba las piezas. Así, a base de observar, no sólo aprendió mucho de mecánica, sino que también adquirió una gran cultura del automóvil.
Esta afición le ha acompañado durante toda su vida, y no sólo en el ámbito personal, sino también en el profesional. En este sentido, hay que tener en cuenta la alta presencia de miniaturas de coches, la mayoría de ellos clásicos, que aparecen en muchas de sus obras. En cuanto a los coches a tamaño real, el primero que tuvo fue un Mini 850, que más adelante sustituyó por un Mini 1000, pero el primero que recuerda con más ilusión fue el Austin Cooper S, con dos depósitos de gasolina, piloto pequeño Lucas, volante Moto-Lita y llantas Minilite. Desde pequeño siempre quiso tener uno y confiesa con cierta nostalgia que “me he arrepentido toda la vida de haberlo vendido”. Ha tenido también modelos como el Honda Legend, el Mitsubishi 3000 GT VR4, el Chevrolet Blazer o el Mini John Cooper Works Cabrio.
Actualmente conduce un Porsche 911 Carrera, que va equipado con neumáticos MICHELIN, a los que califica como el cordón umbilical entre su automóvil y el asfalto. Con una curiosa metáfora, Galicia asegura que “las gomas son como los pigmentos para un cuadro, ya que sin buenos pigmentos no hay buen cuadro, por muchas ganas y espíritu que le pongas y por muchos pinceles que tengas. Por ello, sin buenas gomas, no hay buen diálogo entre el coche y la carretera”. Además, destaca el hecho de que los neumáticos sean de color gris, un color que le fascina. Detesta que se utilice este color para definir algo o alguien como mediocre o malo, puesto que lo califica como un color fantástico, contundente, con infinidad de tonos distintos y con el que se puede comunicar mucho.
Los automóviles, como obras de arte
Asegura que hoy en día le atraen mucho los coches alemanes y japoneses y lo que más valora de un automóvil es la fiabilidad, la robustez y la potencia, sin olvidar la estética. Pero no cualquier estética, sino la que une la modernidad con la tendencia por las líneas clásicas y redondeadas. En este sentido, cita modelos que le encantan como por ejemplo el Aston Martin Zagato o el nuevo Porsche 911 Turbo S (991). No esconde que “me gustan los automóviles casi como una obra de arte que son”.
Y, además de protagonizar algunos de sus cuadros en versión miniatura, esas obras de arte rodantes, las de verdad, en ocasiones le ayudan también a inspirarse para su trabajo. Asegura que, “cuando vas disfrutando de la conducción, hay momentos en que pasas por paisajes o puntos maravillosos que hacen que surjan ideas para las obras”. Recuerda, durante sus años en Nueva York, cuando rodaba con su Chevrolet Blazer repleto de colores y lapiceros, sabiendo que siempre encontraría lugares para detenerse y ponerse a realizar bocetos. Salía desde New Rochelle, en el borde del Bronx, donde tenía el estudio y conducía por Manhattan o por otras zonas cercanas, por donde no paraban de surgirle nuevas ideas para pintar.
En España, una de sus rutas favoritas y por la que más disfruta del placer de conducir discurre por la carretera de Colmenar, Manzanares El Real, la carretera de Navacerrada, siguiendo por Cotos y El Paular. En definitiva, un bonito y sinuoso recorrido por plena sierra madrileña que le sirve para abstraerse e inspirarse al mismo tiempo al volante de su automóvil. Asimismo, comenta que en alguna ocasión ha disfrutado de la conducción en circuito, con su amigo Beny Fernández, piloto de rallies durante los años 70 y 80. “Me impresionó mucho cuando me invitaron a la presentación del Ferrari 599 GTB Fiorano, en Cheste, ya que nunca antes había conducido un coche de 620 CV”, explica con ilusión, demostrando una vez más el profundo arraigo que tiene el automóvil en la vida de esta figura del arte nacional e internacional.
Cesar es sin duda el número 1 en persona y el número 2 como artista. Le supera Miguel Angel.