Uno de los aspectos en los que la tecnología ha contribuido en mayor medida a la seguridad de los automóviles es el de la iluminación. Durante décadas, la noche fue enemiga de los conductores, que sólo podían contar con los faros halógenos como únicas armas con las que defenderse de la oscuridad. Los faros de xenón, con su potente haz de luz blanca, no llegaron a los automóviles de turismo hasta que los introdujese el BMW Serie 7 en 1991; y tuvimos que esperar hasta 2014 para que la rivalidad entre Audi y BMW nos trajese los primeros coches con faros láser: sus fantásticos deportivos Audi R8 y BMW i8.
El problema con este trío de tecnologías es que cada una de ellas presenta claros inconvenientes. Las bombillas halógenas son muy asequibles y relativamente fáciles de reemplazar; pero su duración es casi impredecible y, lo que es mucho más grave, su haz de luz es corto, tenue y amarillento. Los faros de xenón son mucho más potentes y luminosos, pero son caros de fabricar, su ciclo de vida es más corto y tienen una mayor tendencia a la avería. Los proyectores láser pueden iluminar hasta 600 metros por delante de nuestro vehículo, pero son todavía mucho más costosos que los faros de xenón.
Se hacía necesaria, por tanto, una solución eficiente, eficaz y lo bastante asequible como para poder instalarla en la mayoría de automóviles; y esta solución resultó ser una tecnología que ya se había vuelto común en nuestras vidas: los faros LED, compuestos por diodos emisores de luz. Como resultado, el uso de los faros halógenos se está reservando progresivamente a los coches de gama baja o media-baja; el xenón está en fase de retirada, si bien tampoco está del todo “muerto” (como sugirió Gerard Farré en nuestra comparativa de sistemas de iluminación, cuyo vídeo os dejo bajo este párrafo) pues hay fabricantes que todavía lo emplean en su gama; los proyectores láser son un producto puramente elitista; y por su parte, los faros LED se están extendiendo por la inmensa mayoría de marcas, hasta el punto de ser equipamiento de serie a día de hoy en las que se hacen llamar “premium”.
Estas marcas, además, suelen ofrecer de serie o como extra algún sistema de iluminación adaptativa, que en el caso de DS ha sido bautizada como Active LED Vision. La tecnología de la firma francesa es algo más sencilla que la empleada por -poniendo algunos ejemplos de origen alemán- Audi, BMW, Mercedes-Benz u Opel. Aquí no disponemos de una matriz de proyectores LED que se activan o desactivan automáticamente para evitar deslumbrar a otros usuarios de la carretera. El objetivo en DS es el mismo, por supuesto, pero el efecto deseado se logra empleando una sola fila de cuatro proyectores LED.
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Tres de estos proyectores se sitúan sobre bases giratorias, que en realidad sirven para algo más que crear un “baile de luces” al encender el vehículo y con el que impresionar a los amigos. Estos faros giratorios, que toman como fuente de inspiración a los del clásico Citroën DS, permiten adaptar la iluminación frontal a las circunstancias del tráfico. Por ejemplo, al circular por ciudad a baja velocidad, el haz de luz se extiende a lo ancho para detectar posibles peligros a ambos lados. En carretera, el haz luminoso se concentra sobre el asfalto y sigue la trayectoria marcada por el volante para mostrarnos la siguiente curva. En autopista, por encima de 110 km/h, los faros iluminan más arriba y con mayor potencia -que será máxima si activamos las “luces de carretera”-. Y cuando nos toque conducir bajo la lluvia, las luces extienden su alcance horizontal para iluminar adecuadamente las líneas de la carretera.
El sistema de iluminación DS Active LED Vision será incorporado a la próxima berlina DS 9, pero ya está disponible en el SUV DS 7 Crossback, del que aquí tenéis nuestra videoprueba y que también hemos analizado en su nueva variante híbrida enchufable -aquí la reciente videoprueba del DS 7 Crossback E-Tense-.
DS, fracaso comercial de todos sus modelos y alli estan las ventas para confirmar lo dicho.